Frank H |
Todo comienza muy discreto, allá en los
rincones escondidos e ignorados de la materia, donde las estadísticas y el azar
se dan mutuamente la palabra para describir las cosas. Donde los hechos son tan
arrogantes que se dan permiso de ignorar las leyes de la termodinámica,
reduciendo, aunque sea sólo por instantes, la entropía local. Allá donde el
movimiento se llama calor, donde la energía de la luz llega en pequeñas
porciones: granitos de luz. Allá es donde nace la termal.
Nadie se da cuenta de su nacimiento. Lo que
sucede es simple, trivial. Podría haber sucedido en otro lugar, ratos antes o
después. Pero sucedió aquí y ahora: algunas partículas de aire recibieron de
sus vecinas, o de algún haz de luz, o de un trozo de polvo o roca, un impulso,
un poco de velocidad extra.
En ese mundo imperceptible para nuestros
burdos sentidos, la velocidad de las partículas es la escencia del calor, o lo
que es lo mismo, de la energía. Ahora una pequeña masa de aire, que ocupa un
diminuto volumen dentro del inmenso océano de gas que la rodea, cuenta con un
poquito más de energía que las masas vecinas, una temperatura un poco más
elevada. La temperatura es bastante inerte, no es fácil que se traslade a otros
lados, permanece dentro de los límites del volumen en el cual se ha
desarrollado. Y ahora comienza a obrar milagros: esa temperatura, ese calor
adicional, ese sobrante de energía alcanza para aumentar la presión interna del
espacio que ocupa. Y la presión hace lo que tambien hace a nivel de las escalas
de espacio y tiempo familiares a nosotros: empuja, ensancha sus límites, usa
sus codos como amas de casa en días de mercado, y el voumen ocupado por esa
pequeña masa de aire aumenta. La relación masa/volumen se llama densidad. Y
precisamente la densidad acaba de
bajar, ya que ésta masa de aire, éste gérmen de termal, no ha variado, pero el
espacio que ocupaba sí ha aumentado.