Por: Frank Heyer
Fortín de las flores no es precisamente un lugar de vuelo reconocido por su potencial para vuelos de distancia. Por eso era pura hociconería cuando Fer y yo nos hicimos la solemne promesa de “irnos para atrás”. Como para entonces mis experiencias en parapente se limitaban a no entender nada cuando hablaban de “plegadas asimétricas”, me llevé mi ala preferida, mi Moyes CSX. Viajábamos en la Vaca, la van de Fer, con familia, perro y todo, pero sin radios, mapas o GPS, como era nuestra buena costumbre, y desde luego ya era tarde…
El día no comenzó muy prometedor, leves altostratos, un techo por los 2500 m, con cobertura de 5/10. Y, llegando al despegue, nos encontramos con un fuerte viento (eso es, fuerte para Fortín).
El viento me convenció para apurarme con la armada de mi ala. Y además me llevé celular, guantes y hasta dinero, normalmente mis preparativos para un pronto piano.
Pocas veces me he equivocado tanto en la evaluación del clima local: lo que parecía viento eran termales enormes, fuertes y contínuas. Directamente enfrente del despegue enganché uno de esos monstruos y subí a base de nubes con un sano promedio de 4 m/seg. Pensando en nuestra promesa, simplemente seguí girando cuando me envolvió la nube. Lo único que queda por hacer, una vez sin visibilidad, es volar lento para evitar sobrecontrolar, y tratar de mantener un banqueo constante. Aparentemente no lo hice tan mal, a los diez minutos la nube me escupió en su parte superior, y mi ala pintaba una bonita sombra. La termal se había reducido a poco más de 2 m/seg. Pero seguí subiendo. Ahora mi motivación era más bien el miedo a estamparme en un pico desconocido, ya que la única referencia visual era la parte superior del pico de Orizaba, abajo sólo había un mar de nubes revueltas y turbulentas.
Ascendí hasta los 3400 m aprox., y cuando se disipó la termal, simplemente me dirigí hacia el Pico, con la esperanza de que los vientos elevados cerca de la sierra iban a disipar las nubes lo suficiente para encontrar un hueco para descender. No calculé tan mal, pero ya estaba yo acercándome a la sierra detrás de Orizaba, cuando dejé el aire frío pero casi inmóvil que rige encima de las nubes, y las turbulencias me empezaron a pegar. Es cierto, un papalote no se pliega, pero una fuerte ráfaga te arrebata fácilmente la barra de control, y entonces se le pliega el valor al piloto. Me acerqué lo más que pude a la sierra, con los árboles azotados por el viento directamente debajo, para aprovechar un máximo de altura en la cuña entre sierra y techo de nubes. De reojo pude distinguir de repente la sierra de Maltrata, centré bien una diminuta termalita, y lo que luego sucedió, es como cuando andas en Kayak y el río se encañona: tienes que “mantener la línea” a fuerza, si te vas de ladito, la turbulencia te tumba, y el resto es historia…
El ángulo de planeo de mi Moyes (Mickey Moyes de cariño, pregúntenle a Tin, el sabe porqué) lo presumo en 15:1. Con viento de cola de unos 50 km/h debería de ser 35:1.
La turbulencia del rotor, con todo y mi tímida termal, lo redujo a algo como 3:1. Con la barra extendida al máximo, aleteando como gaviota en un trip de LSD crucé las dos sierritas que corren por el valle de Maltrata, sin siquiera hacer algun intento de recuperar altura.
Llegué a la estación de bombeo de gas con unos treinta metros de altura. En esa zona aprendí a termalear, hace unas dos décadas, con pilotos como Enrique Pérez y Bill Curts, que ya están termaleando junto al Fer. Ahora mis vagos recuerdos del área y mi inigualable ala me echaron la manita, lentamente fui ascendiendo la sierra, adentrándome cada vez más al valle, cruzando la carretera, rumbo al Pico de Orizaba. Trataba de mantenerme muy delante de la sierra, pensando en mi pesadilla con el rotor hace escasos minutos, pero encima de las cañadas el viento aumentaba y no había forma de penetrarlo.
Pero ahí estaba la promesa, a veces soy necio, y además aquí la parte trasera de la sierra cae muy levemente, y sobran los aterrizajes. Sólo una más, me iba asegurando con cada ráfaga que me elevaba hacia cloudbase, pero me parecía más seguro tener altura que perder visibilidad. El techo era aquí unos 300 m más alto que en Orizaba. Ya estaba perdiendo de vista la carretera al sur, y ya muy arto de tanto pelearme con el aire, me encomendé a lo que olía a termal y me enfilé hacia el poniente.
El resto del vuelo, unos 20 km, fueron casi aburridos. Sink muy leve y unas ascendencias ténues e inconfiables era todo lo que encontré (concuerda con la teoría: las corrientes descendientes estilo Foehn o Bora se hacen muy estables, impidiendo la formación de termales). Simplemente me dejé llevar. Lo único asombroso era mi velocidad sobre tierra, cuando por fin me volví a reunir con la carretera, estaba yo rebasando a los coches.
Sobre la caseta de Esperanza aún tenía unos 400 m de altura, suficiente para cualquier piloto con ambiciones para seguirle dando otros 15 o más km. Pero como soy cómodo y cuido mis pequeños lujos, me dejé sobornar con algo que comer, algo de tomar, sombra contra viento y lluvia, y un teléfono de emergencia.
Aterrizé en reversa por tanto viento y tuve que cargar mi ala hasta la sombra de un edificio para poder desarmarla. Logré avisar a Fer mi paradero y me dispuse a esperar. La venganza de Fer, que se quedó volando en Fortín, fue terrible. Yo aterrizé por las 4 de la tarde, él llegó a la caseta casi a las 10 de la noche! Pero tuvo que aguantar todo el regreso mi relato, y mi estilo de manejar.
(Éste vuelo tuvo lugar hace unos tres años y medio, pregúntenle a Osama y Mitsy, ellos me reconocieron en la caseta al pasar y me prestaron un sweater contra el frío viento, gracias!)
Frank Heyer
Chipilo, 20.09.2007
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